El término autismo proviene de la palabra griega eaftismo, que significa “encerrado en uno mismo” (Cuxart, 2000). En el año 1911, Eugen Bleuer, psiquiatra alemán, empezó a hablar de autismo, vinculado al diagnóstico de esquizofrenia. Lo denominó como “la introversión, la aislación, la falta de comunicación de estos enfermos consigo mismos y con su ambiente”. Según el autor se caracteriza “por un desprendimiento de la realidad, acompañado de un predominio de la vida interior” (Prego et al., 1999, p.20).
CAUSAS Y ORIGEN
El autismo según el criterio diagnóstico del DSM V, forma parte de los Trastornos del Neurodesarrollo. Los trastornos del neurodesarrollo, según DSM-V, son un grupo de afecciones con inicio en el período del desarrollo. Los trastornos se manifiestan, generalmente, de manera precoz en el desarrollo, a menudo antes de que el niño empiece la escuela primaria. Además, se caracterizan por un déficit del desarrollo que produce deficiencias del funcionamiento personal, social, académico u ocupacional. Como resultado, se habla de que el TEA es un “trastorno de origen neurobiológico que afecta a la configuración del sistema nervioso y al funcionamiento cerebral, dando lugar a dificultades en dos áreas principalmente: la comunicación e interacción social y la flexibilidad del pensamiento y de la conducta”.
Ahora, en la actualidad, no está determinada todavía la causa que explique la aparición del TEA, pero sí se conoce que existe una fuerte implicación genética en su origen.
El cuadro clínico de este trastorno consiste en una alteración de la comunicación y de la interacción social, así como presencia de conductas repetitivas e intereses restringidos (American Psychiatric Association, 2013). La principal clínica en el TEA es neurocognitiva, aunque estas personas también pueden presentar otra clínica característica como la psicopatológica o en la integración sensorial, entre otras dificultades descritas.
Las principales funciones cognitivas afectadas en las personas con este trastorno son las funciones ejecutivas, el lenguaje y la cognición social, aunque también pueden presentar dificultades en otras funciones como la atención.
A nivel de lenguaje y comunicación los niños con TEA pueden presentar ausencia o escasa intención comunicativa, dificultad en el desarrollo de protoimperativos y protodeclarativos, alteración en las herramientas comunicativas no verbales con limitaciones en la utilización de gestos, así como limitación de la mirada como recurso comunicativo.
A nivel social tienen dificultades en el reconocimiento y procesamiento facial, emocionales, en la comprensión de estados mentales propios y ajenos, en la interiorización de normas sociales y en el proceso de empatía.
A nivel ejecutivo las dificultades pueden ser muy significativas dada la presencia de patrones restrictivos y repetitivos de comportamiento. Esta limitación e inflexibilidad puede ser observable a través de movimientos, uso de objetos o habla estereotipada o repetitiva, pudiendo presentar estereotipias motoras simples, alineación de juguetes o ecolalias
Estudios americanos recientes sobre la prevalencia de TEA presentan una estimación significativamente mayor entre los niños de ocho años (23,6 por 1.000) en comparación con las niñas de la misma edad (5,3 por 1.000) (Hervás, Balmaña y Salgado, 2017).
La importancia del diagnóstico temprano y la intervención precoz como factor pronóstico favorable para la mejora del desarrollo clínico de estas personas hace hincapié en la necesidad de mejorar de forma significativa el conocimiento sobre la patogenia inicial del autismo en el cerebro y el comportamiento social. Este debate gira en torno a las siguientes variables (Klin y Jones, 2018)
- El aprovechamiento de la neuro plasticidad máxima.
- La concepción del autismo como resultado de divergencias con respecto al desarrollo temprano del cerebro en condiciones normales.
- El tratamiento debe incidir en las interacciones socio-comunicativas entre el bebé y el cuidador.